El lunes 7 de abril de 2025 acudí a la más catastrófica cita a ciegas con la muerte en la que Dios, por sus inconmensurables designios, permitió que continuara con nuevos aires mi misión de vida terrenal.
Este incomparable y fatídico golpe del destino que derrumba el alma, es una mezcla insólita de agradecimiento por salir victorioso de los escombros pero con la existencia rota ante el sufrimiento de amigos, gente llena de alegría sin importar la edad, pero que no pueden contar la aterradora experiencia porque murieron aplastados por unos muros que fueron el nicho de sus sueños.
Recibí la llamada de una amiga cuya autenticidad, bondad, alegría la llevaba a flor de piel y en su sonrisa, una gran servidora una humana, Nelsy Cruz, quien me dijo que estaría uno días en la ciudad y que iba esa noche a disfrutar del concierto de Rubby Pérez en Jet Set.
Le dije que nos juntaríamos allá, pero luego de una reunión de trabajo que tenía en la noche y que, como madrugo para ejercer la comunicación en el Gobierno de la Mañana, me iría temprano.
De hecho, estaba en los minutos finales de mi presencia en la discoteca cuando me atrapó la tragedia.
Le llamé al salir de la reunión pasada las 9:00 P.M. para juntarnos después las 10 de la noche allá y así fue.
Llegué primero, y como todo fue improvisado entré a buscar mesa. Allí se inició el misterioso juego del ángel de la muerte con el destino, pues me colocaron en un pequeño espacio, como una cueva, al fondo de la pista de baile donde hay algunas 6 mesas pegadas y por los lados del bar.
Minutos después salí a recibirla a la entrada de la discoteca, vino con una amiga que más tarde fue heroina.
Cuando entramos y fui a buscar la mesa, me encontré con que sentaron a unas personas a pesar de ver mi trago y dijeron “ahí caben hay más espacio” pero preferí ir a buscar una brecha en el área que siempre me siento cada diciembre en la fiesta de “La Peña por un Mejor País”, grupo heterogéneo de WhatsApp que une a diferentes sectores.
El área era frente a la tarima, entre las filas del centro a cercana distancia del artista. Pero la estadía fue breve porque se nos dijo que ya estaban todas reservadas.
El camarero nos ubicó en el extremo derecho cerca de la salida de emergencia y me molesté porque no era la categoría de VIP pagada a mi entender. Pero me dijo algo que lapidó el destino: era la última mesa disponible.
Pasado el periplo por el centro del espectáculo, bailamos y compartimos con amigos para ir entrando en ambiente y “soltando el brazo” en lo que subía el artista.
Eduardo Guarionex Estrella, quien siempre me distinguía con su aprecio, fue a saludarme cuando estaba en la segunda mesa. Hablamos de temas públicos y personales, varias veces lo abordé porque al salir y entrar de la pista él estaba sentado en una esquina estratégica.
En la pista, coincidimos un par de veces con el buen amigo y exsenador de San Cristóbal, Franklin Rodríguez, quien disfrutaba como nadie en ese piso de luces, y con quien bromee en lo que pudo haber sido nuestro último baile.
Rubby Pérez subió a escena con una notoria bufanda rosada que llamó nuestra atención “por el frío”. Creo que inició con el éxito “Tu vas a volar”.
Pero yo estuve a la caza de mis canciones preferidas para invitar a mi estimada compañera de fiesta a bailar: Hipocresía, Volveré, Fiesta para dos y otras que faltaron.
En los minutos finales previo a la tragedia, conversaba por mensaje de texto con mi gran amigo Héctor Acosta “El Torito” de que nos juntaríamos en Jet Set en su regreso triunfal a los escenarios porque tenía pautada su fiesta para el 30 de junio, le había mandado un video.
El azar lanzaba sus cartas, habíamos referido bailar el último merengue al lado de la mesa porque la pista estaba llena.
Le había comentado a Nelsy minutos antes que esa discoteca ya había que remodelarla. Era su primera vez allí.
El derrumbe fatal
Sentado, celular en la mesa y mirando hacia la tarima pude ver el primer desprendimiento repentino y supe que todo se derrumbaría.
El instinto me hizo moverme en microsegundos hacia la derecha en sentido contrario al epicentro del desastre, que finalmente me atrapó.
Me di cuenta que estaba vivo pero tenía bien golpeado el hombro y la pierna izquierda presionada por los bloques de cemento caídos.
Pensé en dónde estaba Nelsy, miré y la vi cerca a mi derecha también atrapada por la mitad de su cuerpo en los muros, me consoló verla viva y que me vio y dijo “ay Abel”.
Le dije que aguantara hasta que nos rescataran.
Abrumado por el dantesco escenario del polvo y los gritos desesperados de los que quedaron sepultados entre los escombros, pude zafar mi pie izquierdo de entre los muros que lo aprisionaban dejando el zapato.
Sin fuerzas casi para respirar por los golpes en los pulmones y el abdomen, pedí a un camarero que estaba debajo del techo de la salida de emergencia frente a mí que me halara por el brazo derecho para poder salir. Así lo hizo.
Pude sentarme en una silla y le dije al camarero que ella era la gobernadora de Montecristi que buscara ayuda para sacarla de donde estaba aprisionada.
Antes, la joven que estaba en la mesa con nosotros salió milagrosamente de mi lado izquierdo de entre los muros con una fuerza asombrosa preguntándome si estaba bien, fue donde Nelsy y de inmediato buscó la ayuda de su chofer y otro hombre a quienes llamó por el celular.
Movieron los pedazos de pared, yo me paré y me uní a ayudarlos con mi brazo derecho en el momento en que la estaban halando para sacarla pero resbalamos y nos caímos todos al deslizarse un escombro. “Salgan que esto se seguirá cayendo” dijo alguien.
La sacaron por la salida frente a la estación de combustibles, en lo que rapidísimo buscaron su yipeta, la montaron en los asientos de atrás y se la llevaron.
Me quedé sentado exhausto en la acera en espera de poderme parar e ir al vehículo para llegar a alguna clínica. A mi lado, una mujer gritaba casi convulsa que tenía todo roto que alguien la llevara. Un hombre pasó grabando con el celular en lugar de ayudar.
Llamé a un anciano que vi caminado repentinamente como salvavidas para que me ayudara a levantar, pero cuando afinqué el pie izquierdo me di cuenta que lo tenía roto y no podía caminar solo por el dolor ahí, en el hombro y las costillas fracturadas.
Un policía me vio en la calamitosa caminata y me sostuvo hasta ayudarme a llegar a una ambulancia del 911.
Desesperado por el dolor, pedía que me llevaran a un centro, pero el camillero insistió en que había que esperar a otro herido para rendir los viajes.
La joven que estaba de paramédico me consolaba, vio mis heridas, me tomó los datos y me recomendó ir a una clínica que tuviera tomografía y rayos x las 24 horas, debido a mis fracturas.
Acepté su sugerencia de la clínica Abreu, y minutos después trajeron a la ambulancia a un señor con problemas en una pierna, quien también aceptó irnos al mismo centro clínico ya que teníamos nuestros seguros y tarjetas de crédito.
Fue un viaje largo, corto y el más tortuoso a la vez por los movimientos y rapidez del vehículo ante la situación.
Emergencia de la gloria
Fui bien recibido en la emergencia por el veterano cirujano Dr. Máximo Domínguez, con la calma que da la experiencia me dijo “¿Comando, qué le pasó? Tranquilo” procediendo a limpiar mis heridas en la cara y suturarme hasta dentro de la boca.
Tuve una intensa lucha con el dolor en la sala de emergencia mientras esperaba que me llevaran los camilleros a hacerme los estudios cargándome en la sabana.
Una dulce joven médico, Katherine Acosta, y otras muy profesionales, me atendió con mucha paciencia mientras yo intentaba recordar números telefónicos de mis familiares y amigos hasta buscándolos en Google y las redes sociales, para que ella los llamara.
Había abandonado el celular en la desgracia, aprendí de los consejos en los aviones a olvidar todo lo material y preservar la vida.
El mensaje divino fue claro: el viernes un oficial llevó mi celular intacto a mi amigo y hermano Juan Reyes, luego de quitárselo a un “buzo” que lo tomó de una pala mecánica que recogió escombros en las ruinas del Jet Set. Yo le había puesto un bloqueo y mensaje para llamar en caso de encontrarlo.
En la emergencia, pasadas las tres de la madrugada, todos los teléfonos a los que llamamos estaban apagados hasta que recordé el de mi tía Yohanny Then, quien de inmediato respondió y acudió.
Lo que vino en lo adelante fue una inmensa muestra de solidaridad, amor y apoyo cientos de amigos, conocidos, desconocidos que nunca pensé que estarían tan preocupados por mi existencia.
Un desfile de visitas de familiares, amigos, llamadas y mensajes por redes sociales hasta de compañeros de primaria y bachillerato me dieron la fuerza para drenar con amor parte de ese gran dolor inicial que corrió con las lágrimas.
Mi hermana Lissette, mis tíos Yohanny y Reynaldo Then, mi amigo Juan Reyes y su esposa la doctora Keila Acosta estuvieron en la vanguardia de la emergencia hasta que llegaron mis padres Rafael y Minerva desde San Francisco de Macorís.
El mensaje y la misión personal que me deja esta experiencia los trataré de descifrar en los días que me queden por la benevolencia divina en este plano, pero hoy sin dudas mi corazón rebosa de agradecimiento a Dios y a quienes me han mostrado ese cariño oculto que me tenían.
El mensaje para todos es que el cariño es para usarlo ahora en la vida en lugar de dejar que reine el odio y la lejanía entre nosotros, los momentos son para compartirlos por ocasiones especiales, servir a los demás, sembrar amor y solidaridad porque es lo que realmente queda de tu vida más allá de los bancos, bienes materiales o supuesta superioridad ante los demás.
Este es mi segundo “chance”. Ya el 3 de septiembre de 2009 estuve atrapado por unas horas en los brazos tenebrosos de la parca, víctima de un atraco por cuatro individuos armados para robar mi carro la noche de ese jueves en mi ciudad natal, San Francisco de Macorís. Yo terminé dando gracias a las vida por volver a nacer luego de ser lanzado por un despeñadero de una zona apache dela autopista Duarte entre Santiago y La Vega, pasadas las 11 de la noche.
Mientras tanto, entre las canciones de Rubby Pérez y las dantescas escenas que se repiten como relámpago en mi mente, seguiré luchando para superar el duelo por las víctimas y el absurdo hecho de esta injustificable tragedia.
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